Sentidos dados por sentados
Si hay algo que estos últimos años nos enseñaron a los ciudadanos y, especialmente, a los periodistas (por lo menos a algunos), es a no creer ciegamente en lo que publican los medios, a poner a prueba la verosimilitud de las declaraciones, afirmaciones o citas supuestamente textuales.
Sin embargo, ya sea por falta de una masa crítica o porque sus significados están muy incrustados en la conciencia pública, todavía hay palabras, términos o frases que se naturalizan, que se aceptan sin un mínimo de duda o reparo. Vamos a utilizar dos ejemplos que, de alguna manera, están relacionados entre sí, para mostrar a qué nos referimos cuando decimos que hay significados que no debemos dar por sentados, sólo porque se dicen en los medios.
¿De qué hablamos cuando hablamos de “empleo genuino” o “empleo de calidad”, por ejemplo? Una primera acepción proveniente de los medios dice que el empleo genuino o de calidad sólo es provisto por el sector privado. Por oposición, el empleo que ofrece el sector público es “político” o “militante” o, en el mejor de los casos, una prebenda.
La primera respuesta que se me ocurre es que cuando un médico de un hospital público, un policía de una fuerza pública o el operario de la planta de transmisión de la radio pública hacen su labor, es que tienen un trabajo genuino.
Pero vayamos a otro caso. No se me ocurre cómo el recepcionista de algún ministerio que recibe una carta o admite la entrada de un visitante, cómo el guía del Museo de Ciencias Naturales de Parque Centenario que explica sobre fósiles, o cómo el empleado del Anses encargado de supervisar la entrega de las tarjetas Argenta, no están haciendo un trabajo genuino.
Más aún, si de “programas sociales” se trata, tampoco me explico cómo el trabajo que el empleado de Atajo (el Programa de Acceso a la Justicia) hace para que algún vecino de una villa acceda al servicio legal o cómo el técnico del INTA que capacita a los integrantes de una huerta familiar, podría no ser “genuino” o “de calidad”, especialmente si cumple con su finalidad.
Vinculada con esta frase que hemos estado comentando está esta otra: “Gasto público”.
Siguiendo el mismo razonamiento que hicimos anteriormente, habitualmente leemos, escuchamos o vemos que se menciona “gasto público” como algo negativo, algo que el Estado debe evitar aumentar o, incluso, hacer. Pero nos preguntamos, nuevamente, ¿pagarle el sueldo a los maestros y profesores, policías, médicos y enfermeras, recepcionistas de ministerios, empleados de mantenimiento y limpieza, guías de museos, técnicos de institutos, etc. para que ofrezcan sus servicios a la ciudadanía, es un gasto público negativo?
Sigamos con los ejemplos. Enviar partidas para escuelas, hospitales, centros de atención a la comunidad, ¿es un gasto público negativo, o es algo que debe hacerse porque es deber del Estado? Y cuando con el dinero del Estado (ese dinero de todos nosotros) se dan subsidios y créditos a tasas bajas para que los emprendedores familiares o los productores locales compren granos, fabriquen colmenas o planten arándanos, las pymes puedan comprar o renovar sus maquinarias o haya adultos que puedan terminar sus estudios o familias que puedan construir sus casas, ¿es “gasto público” negativo?
Claro, aquí probablemente nos estemos metiendo en un problema ideológico. No recuerdo en este momento quién lo dijo, pero fue más o menos así: “lo que para algunos es inversión, para otros es gasto”. Pero si ese supuesto (mal) gasto logró que esa emprendedora pueda salir a vender sus mermeladas de arándanos a sus vecinos o que ese chico se haya podido recibir de bachiller, o que esa fábrica de accesorios para bulones haya podido colocar su producción en un taller de reparación de autoelevadores (caso que he conocido personalmente, dicho sea de paso), ¿es un gasto que el Estado no debería haber hecho o es una inversión que le mejoró la vida a un puñado de ciudadanos?
Podríamos seguir con otras palabras o frases cuyos significados negativos damos por sentados, como “política” (“este paro es político”, como su hubiera alguno que no lo es), “subsidios”, “esto es duro, pero hay que hacerlo” (¿por qué?). Pero para el propósito de esta nota, vayan estos dos botones de muestra de que hay términos que naturalizamos por la práctica, pero que no deberían ser dados por sentado.
Quizá el gasto público no sea tan malo sólo porque incluye la palabra “gasto” y es posible que el empleo público sea tan genuino como el empleo privado. Pero para saberlo deberíamos detenernos a ver quién lo dice, cuándo lo dice y por qué.